Víctima

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La alborada relucía en tonalidades cálidas adornada con dispersas nubes esponjosas en la inmensidad del cielo, que, así como el sutil canto de las aves diurnas, hacían que esa fuera la única razón para amar los lunes. Al ser exactamente las siete de la noche, el cielo se pintaba de hermosos colores cálidos, asombrosos para el ojo humano.

 —Puedes dejarme aquí, no tengo problema con caminar unas cuantas cuadras —comentó.

 Su meliflua voz acarició mis oídos. Elisa era mi compañera de trabajo, impartía la materia de farmacología a los jóvenes estudiantes del área de salud.

 A este punto era costumbre llevarla todos los días a su departamento, pero nunca entendí la razón de por qué siempre me pedía que la dejara al menos unas dos cuadras lejos y tampoco me tomé el tiempo de averiguarlo.

 Sin embargo, algo en ella llamó mi atención: un pequeño hilo rojo descendió desde la comisura de su labio hasta el mentón. Quise preguntarle si estaba bien, pero ninguna palabra salió de mi boca y cuando debí hacerlo, ella terminó yéndose sin siquiera despedirse a una velocidad sobrenatural que me dejó abatido.

 Y creo que mi mayor error fue retener esa duda en vez de disiparla.

 Los días continuaron monótonos, pero el viernes fue un caos mental para mí; estaba encerrado en una habitación de confusión. No vi a Elisa. La busqué por todo el campus, pero pareció no haber ningún rastro de ella. Le llamé a su celular, pero tampoco contestó y mi último recurso fue ir a la dirección para pedir informes.

 —¿La maestra Elisa no se presentó a laborar hoy? —pregunté disimulando mi preocupación.

 —¿Maestra Elisa? En el instituto no hay ninguna maestra registrada con ese nombre.

 Cabía la posibilidad de que, si hubiera insistido más esa noche, todo fuera distinto.

 Porque cuando me estacioné fuera del departamento de Elisa todo estaba desierto. La oscuridad no fue impedimento para distinguir una sombra que se acercaba a la mía.

 —¿Me estás buscando?

 Fue apenas un susurro tan bajo que necesité tiempo para comprenderlo. No respondí.

 Solo sentí la forma brusca en la que encajó sus filosos dientes en mi hombro, después atacó mi vena yugular con desespero y cada vez mis signos vitales descendían. Mi vista se tornó borrosa, mis piernas flaquearon, mi cuerpo dejó de responder ante las órdenes que yo le daba.

 Yo había sido su víctima, una víctima que ella necesitaba para fortalecer sus vínculos con el más allá.

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