
Abro los ojos y miro el techo que se encuentra encima de mí. Intento respirar profundo.
Uno, dos… suelto el aire. Me duele la cabeza.
Estiro mi espalda y siento un peso que, como el atlas, me hace sentir como si tuviera que cargar al mismísimo planeta sobre mis hombros. Otro día más de dormir y no descansar.
Me volteo y estiro mi brazo hacia la mesita que se encuentra a un lado de mi cama. Reviso la hora, mis mensajes, mis redes, el correo. Nada. Nada nuevo. Llevo semanas esperando una respuesta. Como si eso representara dar un paso a… ni siquiera sé dónde, pero albergo la esperanza de que me lleve a algún lado. A uno que no sea éste.
Oigo un ligero ritmo. Intento identificar qué es eso que me llama la atención, pero sigo adormilada. Lo reconozco. Es la estación de radio que pone mi mamá para que pueda desper… ¡Ay, es mi canción favorita! Es como un himno a nuestros tiempos (o al menos así me lo parece).
Dejo mi celular a un lado. Uno, dos. Vuelvo a soltar el aire.
Ayudar a hacer el desayuno. Lavar los trastes y escombrar la cocina. Prepararme para lo que sea que venga. Hacer de comer. Cuidar a mi abuela. Revisar mi correo. Ir al mercado, y de paso caminar para aliviar esto que siento diario. Ordenar mi cuarto y mi hogar. Insistir con el correo si no hay respuesta. Pensar qué otras opciones tengo. Ay, comienzo a sofocarme… ¡basta! No voy a caer en este círculo vicioso. Paciencia. No eres tú, son las condiciones. Es este lugar que no me ofrece ninguna oportunidad. ¿O sí seré yo? Le estoy dando muchas vueltas. Tengo que conseguir un trabajo. No puedo quedarme aquí esperando…
Me entra la nostalgia y no puedo evitar pensar en mis tiempos de universidad. Las amistades, las risas y aquel amor que nomás no pudo durar. Extraño cada momento. Incluso ese día de diluvio cuando la calle se inundó, pero no me importó mojarme porque yo iba romantizándolo todo, y, además, había pasado mi examen final. Tenía que ir corriendo para llegar a tiempo a mi turno en el trabajo. Pero nada de eso importó. Ni el transporte que tardó mil años, ni la gente apretada contra mí. Nada importaba tanto como lo hace ahora.
¡Mija, ya ven!
Volví en mí. Perderme en un mar de pensamientos se ha vuelto mi ritual cotidiano.
Me levanto y me pongo los zapatos. Mientras me dirijo hacia la cocina, de fondo, suena el verso final de la canción que casi parece insistirme: “Wake up, you need to make money!”[1]. ¡Vaya ironía!
[1] Verso de la canción Stressed Out, Twenty One Pilots (2015).
32