
¿A qué edad empezamos a regalar flores?, o dicho de otra forma, ¿a qué edad comenzamos a tenerle amor al presente? “Eso, Benjamín, únicamente lo sé de cierto cuando empiezo a dudar de todo lo demás”, diría el amor de mi vida, sentada desde la sala con un rosa marchita entre las piernas. O tal vez la pregunta sea: ¿cuándo tenemos que empezar la ceremonia de sonrisas y pétalos marchitos? No lo sé. Tampoco sabré la respuesta dentro del pastizal blanco de mis memorias secas. A la deriva de mis sueños bailan flores y más flores, en un acto ceremonioso e infantil; que me hace pensar en los ojos marchitos de un amor juvenil, alimentado únicamente por gotas de nostalgia y tierra de mejores tiempos; un amor que me enseñó que las flores son lo más importante en vida.
Supongo que la costumbre de comprar flores tiene que iniciar desde los cinco años de edad. Y además, considero que esta actividad tiene que ser instruida como un arte o ritual. Pienso que por las mañanas, antes de comenzar la jornada, uno debe salir directamente a la florería más cercana y seleccionar los colores que más le acaricien el alma. Digamos que salen de casa a las siete u ocho de la mañana; en el puesto apartarán un ramo para recogerlo por la tarde, digamos a las seis o siete; en ese momento le pagarán la mitad del precio y se despedirán con una sonrisa, y con una mueca en los labios que esconde la salida del humo del cigarro. Durante el día la labor más importante es únicamente pensar en ese ramo de flores; habrá que comer pensando en dónde ubicarlas dentro del hogar, en cómo entregarlas al amor de su vida, o cómo sostenerlas en el cuarto oscuro, abandonado, que nos espera amorosamente. Al terminar la jornada, lo primero que se tiene que hacer es ir a la florería, terminar de pagar en efectivo el arreglo, agradecer con una mirada, o si es posible con un abrazo. Durante el camino a casa, ir oliendo cada pétalo, cada flor, cada detalle que nos parezca interesante del ramo. En casa acomodarlo primeramente en agua, para así agradecer que la planta no ha muerto en nuestras manos, como todos esos sueños juveniles que nos incendiaron la mirada fabulosamente, y con el paso del tiempo, la realidad se encargaría de ofuscar aquellas llamas de rebeldía y felicidad. Una vez en agua, tenemos que escoger uno de los tantos floreros existentes en el hogar, y solo así reposar las flores en el lugar más luminoso y amable del recinto. Y lo más importante de todo, mirarlas detenidamente por cinco minutos, o hasta que queden grabadas completamente en nuestro subconsciente. Por último, acariciarlas cada vez que pasemos frente a ellas; recordarles que nos devolvieron un día más de vida; de vez en cuando cantarles a murmullos, o susurrar poemas de García Lorca; hacer saber a las flores que estamos a su completo servicio, así como sus colores a nosotros.
Comprar flores tiene que ser un acto de sobrevivencia, y pienso que tiene que ser lo mismo con el amor.