Cuando llegaba el día

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               Cuando llegue el día miraré tu rostro reflejado en todas las paredes de la habitación. Entonces comenzaré a extrañarte. Como todos los días, como todas las horas. Horas eternas en que te esperé; aunque fuera una simple mirada perdida en mi vida.

               Y pienso que vendrás de un lugar extraño, uno que nunca existió en nuestro tiempo. Así como esos gritos que no paran (no callan). Suplicio que vendrá sobre mí cuando comience a recordar.

               ¿Esa ausencia llegará? No. No llegó nunca. Pavoneándose sobre mis culpas, escupiendo en mi muerte infeliz; sobre mis entrañas revueltas y cegadas, se perdió el todo de esta nada que termina sin tener final.

               En ese momento recordaré el camino sobre el asfalto y sentiré la pesadumbre: dolor, cómo duelen las palabras sobre la piel desnuda.

               Y así, en medio de ese vaivén que recuerdo, que sangra y volverá a llover sobre lo devastado, hallo mi tumba: foso sin fondo que cavan los años venideros. Sinnúmero de explicaciones totalmente vacías.

                Llegará la noche y con ella el día. Se van las flores marchitas y llegaron los cuerpos podridos, ensimismados en la vanagloriosa ubicuidad del sincero.

               Y luego todo se repitió. Un ritual propio: mío, tuyo, de él (muerto), de aquel (vivo), de éste (presente), del otro (futuro). Una idea sin claridad, ambigüedad profana en la sacra escritura de tus palabras: hojas negras con la tinta violentamente desgarrada sin piedad.

               Se repetirá siempre, se repite, se seguirá repitiendo. Este final sin inicio, sin inicio y sin final.

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