Despertador

pexels-karolina-grabowska-4938507-scaled-thegem-blog-default

El agua caliente te espera, las cucarachas lo saben y ya no hay ninguna siguiendo la curvatura de la toalla o escondida detrás del acondicionador. Estás a tiempo, en realidad tú siempre estás a tiempo pues de eso depende tu existencia en este plano innecesario e incómodo. Tratas de levantarte pero ahora tu cuerpo tiene una extremidad más que te hace perder el equilibrio. Te explicaron que esto era progresivo, que llegarías a un punto máximo para después descender, por eso ya no te aterra ver cómo tus tejidos se distorsionan, se tuercen, se tergiversan; simplemente te resignas y buscas la solución a cada una de las adversidades que las mutaciones traen consigo: un día tienes que arrastrarte, al otro tienes que doblarte para que tu cabeza no termine desplazándose por el techo y a veces hay que mojar tus alas imperativas que te llevarían a la destrucción de tu patrimonio.

Él te dijo que valdría la pena, que cada vergonzante forma que tomara tu anatomía concluiría en una metamorfosis espléndida como regalo, junto al perdón de tu falta. En los primeros meses, tu madre te advertía que cada acto microscópico de manipulación era como un ladrillo construyendo una fortaleza. Tú no creías, hasta que no pudiste salir del círculo vicioso, pero al final tampoco fuiste santa: le mentiste y, si te pones a pensar, este arrepentimiento es egoísta porque buscas pagar por tus errores para recuperar la paz.

Ella te mataría si supiera a qué accediste, te diría que, si tú mentiste una vez, él lo hizo dos, cinco, veinte pero que tu inocente, casi boba, moral no te permitía cometer el mínimo error. Lo bueno es que eres responsable y nada saldrá de su debido sitio, ya que si no te apuras el monstruo abrirá su apetito de carne humana. Así que, en vez de perder el tiempo en pensamientos, te las arreglas para balancear tu peso para llegar a la ducha. Te decepciona que el “agua mágica” no tenga brillitos o algún maravilloso sonido de cascada angelical como en las películas de princesas con las que nada tienes que ver ahora. Te metes con dificultad en el modesto espacio de la regadera y tu cuerpo empieza a reaccionar, poco a poco tu epidermis se vuelve lisa (no tanto, siempre has tenido algo de acné), partes de tu deformación desaparecen, tus caderas se acentúan, tus pequeños pechos se contornean y tu rostro pierde los cuernos, colmillos, antenas. Vuelves, eres la mujer exitosa cuyos logros son reconocidos dentro del gremio culto.

Empiezas a secarte el cabello, a aplicarte algo de maquillaje para cubrir todas aquellas imperfecciones que a la sociedad le aterran. Si tan solo supieran… te pones un vestido largo que cubre la mayoría de tus atributos, te resignas a un labial casi del tono de tu piel y te alivias porque sabes que él estará contento por tus buenas actitudes y te abrazará, te besará mientras tú piensas que sería bueno no poner la alarma mañana e ir directo a su casa cuando el monstruo tenga hambre.

17

Dejar un comentario

X