
Abro los ojos con la luz del último sol de la temporada, acostada entre la hierba siento su calor que me abrasa y me hormiguea en la piel. Al levantarme sacudo mi cabeza para que caigan todas las hojas que se enredaron en mi cabello y mis cuernos, que crecieron mucho esta temporada. Mi cabello también creció; debo tener cuidado de no pisarlo. Me estiro por última vez y emprendo mi camino hacia el río; si el sol está en su punto más alto, las demás ya deben haber llegado.
En mi camino veo a otras casi iguales a mí, todas con nuestra piel tornasol y ojos de una oscuridad infinita, casi el mismo rostro en todas, las únicas diferencias son el tamaño y la forma de nuestros cuernos y el largo de nuestro cabello. El cabello, mientras más largo, es más probable que sobrevivamos. En el río veo a las que llegaron antes, sentadas en la orilla con su piel brillando por el sol, unas beben agua y comienzan a trenzar su cabello entre ellas para decorar las ramas de sus cuernos con flores, entre nosotras no necesitamos palabras. Este año somos menos que el anterior, y cada vez somos menos, muchas no lograron sobrevivir hasta este punto y mueren durante el invierno.
Cuando el sol comienza a bajar, caminamos juntas hacia el prado, en fila y tomadas de las manos. Al llegar, unas preparamos la hoguera y otras sus tambores con madera, después encendemos el fuego y una por una nos acercamos a arrancar nuestros propios cuernos para lanzarlos al fuego; en mi turno tomo cada uno de mis cuernos de su raíz y con todas mis fuerzas comienzo a tirar hasta romperlos, siento cómo comienzan a romperse de forma irregular y lloro del dolor. Después ahogo un grito en el último tirón para arrojarlos a las llamas mientras las demás se acercan para abrazarme, limpian mis lágrimas y besan la parte de cuerno que quedó en mi cabeza. No fue tan malo, algunas incluso sangran.
Cuando pasa la última, cortamos nuestras enormes trenzas, con ellas nos cubriremos durante el invierno, las que tienen una trenza delgada probablemente mueran de frío. Después, unas toman sus tambores y comienzan a marcar un ritmo, las demás nos acomodamos alrededor de la hoguera y bailamos; con este baile pedimos que el bosque esté a salvo mientras dormimos, con este baile despedimos al último sol abrasador, con este baile dormiremos y despertaremos junto con el renacer de las flores.