Humanos pensamientos

pexels-darya-sannikova-4603576-scaled-thegem-blog-default

Comencé a una corta edad a realizar un sinfín de actividades, a vivir de prisa y no meditar sobre el tiempo. La gente constantemente me felicitaba por ser proactiva, elevando las expectativas sobre mí y los logros que iba acumulando, sin embargo, mi verdadero propósito era huir de los pensamientos que me aterraban. 

 Me angustiaba la idea de estar desocupada porque sabía que en ese instante mi mente me atormentaría con interminables cavilaciones acerca del futuro, mis errores o cualquier cosa que le apeteciera; saturarme de estrés se convirtió en algo imprescindible, pues así lograba engañar al monstruo que vivía en mi cabeza.

 ¿Quería descansar? Claro, lo deseaba con vehemencia, pero prefería mil veces el agotamiento del trabajo a enfrentarme a los temibles pensamientos, aquellos que fueron creciendo y acumulando fuerza a medida que transcurrían los años. Al principio los acallaba con una pequeña distracción; escuchaba música, salía a caminar, pero pronto fueron insuficientes, requería de algo más extenuante, un reto verdadero que tomara tanto tiempo que ni siquiera fueran suficientes las horas del día para llevarlo a cabo.

 Durante algún tiempo tuve éxito, tanto que se convirtió en mi ritual personal, era algo secreto que perfeccionaba, me mantenía cuerda y al mismo tiempo me brindaba sentido, pero nada es eterno. Pronto mi mente comenzó a quebrarse y por sus grietas surgieron todo tipo de ideas: “No eres suficiente”, “Jamás serás feliz”, “Eres un fracaso”. 

En ese instante, sentí tanto pavor que creí desfallecer, pero no ocurrió, en su lugar, el torbellino de pensamientos me arrastró hasta que mi mente se nubló por completo. 

 De pronto, como una especie de epifanía, supe que yo poseía el poder de controlarlos. Me senté un rato, esta vez sin miedo, a conocer cada uno de ellos, intenté comprender de dónde venían y que significaban para mí, logrando que se tornaran más amables y esperanzadores. 

 Disminuí el ritmo que llevaba y empecé a hacer actividades que me permitieran conocerme y disfrutar de la vida. Fue complicado y mentiría si dijera que jamás he vuelto a presentar pensamientos intrusivos, pues hay momentos en los que aparecen, no obstante, he aprendido a manejarlos a través de la calma, el acompañamiento de mis seres queridos y el amor a mi persona.

 Es así como transformé mi ritual en uno más compasivo, amoroso y empático, porque a pesar de todo, soy humana y me abrazo por todo lo que he vivido. 

28

Dejar un comentario

X