
Aunque tenga que quemar a cada viejo ídolo al que antes veneré.
–C. Tangana & Sticky M.A.[1]
El ritual es el ornamento necesario para evitar la indigestión de la rutina. Cuando la insoportable repetición de las cosas llama a la puerta, esto es, cuando la vida se torna en una triste checklist —monotonía—, es requisito sine qua non para salir vivo de ese intríngulis, proteger al mito. Consecuentemente es menester hacer atractivo el acto mismo de la repetición. Para la humanidad no es difícil elevar a sacras las ideas a partir de tenerlas por incuestionables; Humanity is a dogma-maker.
Certeza: empresa (anónima, de capital variable, lucrativa, consolidada, trasnacional y rentable) que obtiene ganancias líquidas por la rutinaria monotonía; el establecimiento de un orden de vida al cual ceñirse (mantra, ley, hábito y religión) no es otra cosa que el infantil esfuerzo por tratar de olvidar que la vida probablemente sea el resultado sumario de improbabilidades; surgida, sumida y destinada al caos.
La rutina equivale a la respiración automática. A fuerza de repetición del acto, uno se olvida de la muerte. Es la negación de la muerte en sí. Para no ser presa del pánico que trae cavilar al respecto, se eleva a lo sacramental; el ritual se plasma en versículos, refranes y aforismos (es dogmático, naturalmente); así se cierra el ciclo, hay que cuidarle y rendirle culto.
La subversión del ritual es un acto vital; permitir la seducción de lo rutinario nos priva de la facultad de vivir con una conciencia menos sublimada; resistirse al ornamento y a la rutina es el reconocimiento de la vida misma con la consecuencia que trae aparejada. Particularmente, habito el atletismo, ceremoniosamente y con un objetivo claro: correr de mí (permanecer etéreo). Es mi ritual subversivo.
[1] YouTube, C. Tangana & Sticky M.A., “Agorazein – 100k pasos (Video Oficial)”, consultado el 09/09/23 en: https://www.youtube.com/watch?v=kzLJ7Vy6orw