Ritual nocturno

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Cepillo mis dientes por costumbre cuando las náuseas empiezan, porque pienso que mi estómago se hartó de mi saliva, tanto como los pulmones de mi aliento.

 Ordeno todo en medio de la madrugada, creyendo que tengo la vista cansada por el desorden.

 Quemo incienso para engañar a la nariz; hay música para enfocar la atención dispersa de mi oído, o sólo ruido para acallar entre la lluvia artificial al grillo detrás de la ventana.

 Me desnudo para poder recostarme, la piel asediada por el roce me restringe aún sin atar.

 Y al final, entre sueños interrumpidos por el insomnio, sé que no había que complacer o engañar a mis sentidos, ni acallar grillos. Lo que me agobia en realidad es todo lo de adentro, que aún sin ruido, imagen, olor, ni tacto, se siente y es inextinguible mientras esté despierto.

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