Viruta de memorias

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En una silenciosa tarde de verano, la mente de una pequeña resonaba con dudas; el aburrimiento del receso veraniego la había alcanzado; quería hacer algo, quería liberar esa exasperación. ¿Qué podía hacer?, se preguntó sin esperar una respuesta.

 La vocecilla en su cabeza había hablado: “¿Qué tal si bailamos?”; ella adoraba la música, así que escuchó aquel comentario y bailó; pero con el paso del tiempo se tornó monótono y aburrido.

 Un nuevo verano llegó y esta ocasión la voz de su cabeza sugirió: “Canta tus canciones favoritas”, y ella cantó con fervor, pero entonces una voz ajena resonó: “¿De quién son esos gritos?”, y la niña jamás volvió a entonar.

 La siguiente época monótona, la desesperanza abundaba; sin siquiera preguntarlo, su mente respondió: “Escribamos algo”, y una chispa se encendió. Así pues, la pequeña escribió todas las historias que imaginaba, pero a ojos de otros no eran tan coloridas como ella las veía.

 Pasó más tiempo del que un infante podría notar, suficiente para que olvidara su búsqueda. Si bien se había rendido, su conciencia dio un último intento: “¿Y si dibujamos?”, sugirió esperanzada, pero inmediatamente la idea fue alejada. Cuando trató de bailar, cantar y escribir resultó ser terriblemente mala, si ella no era buena dibujando, ¿por qué habría de intentarlo?

 Las aficiones fueron abandonadas y la infancia dio paso a la adolescencia; las emociones la abrumaron; intentó hablar, pero su voz silenciaba algunas cosas; intentó escribir, pero no había palabras para su sentir. Cuando ya no podía expresarse, intentó lo que había descartado. Su conciencia preguntó: “¿Y si dibujamos?”, y la joven ya tenía un lápiz en mano.

 No fue sorpresa su poca destreza, sus trazos eran bruscos y torpes; las líneas se cortaban y las figuras se deformaban; carecía de técnica, pero esa fue la primera vez que pudo expresar claramente lo que sentía.

 Así, cada emoción se volvió una página de color y cada línea fue menos deformada; cada vez desarrollaba más sus habilidades y los nublados días de incertidumbre se tornaron en recuerdos difusos con el pasar de los años.

 Ahora, cada vez que los días se vuelven caóticos, cada vez que las emociones abruman como el calor de aquellos veranos; sí, en esas ocasiones recurre a sus dibujos. No es una artista, tampoco quiere ser llamada así; pero el momento de trazar, cada pincelada, cada mancha de grafito, cada viruta de goma, ese efímero instante de paz, sí, ese su ritual personal.

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