El ritual de un alma bohemia

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Cada mañana, al escuchar la escandalosa alarma de mi reloj, abro mis ojos lentamente. Me es imposible creer cómo las horas pasan tan rápido en un abrir y cerrar de ojos. Hace unas pocas horas el cielo estaba iluminado con miles de estrellas resplandecientes y ahora los primeros rayos del sol iluminan el horizonte.

Me levanto y me dirijo a la regadera sigilosamente, dejo que el agua caiga sobre mí para que de una vez por todas despierten mis cinco sentidos. Mientras lo hago pongo mi música y dejo que me guíe a mundos inimaginables, permito que las melodías sacudan mi ser y dejo que las letras lleguen al fondo de mi corazón mientras pienso en esas metas por las que tanto trabajo, aquellas que después de todo se han convertido en mi razón para comenzar todo este ritual. Soy de las personas que creen que la vida tiene un sentido cuando existe un motivo valioso para levantarse de la cama.

 Cuando he terminado, cierro cuidadosamente la llave del agua, me seco y camino de nueva cuenta hacia mi habitación: mi lugar seguro, el lugar donde ocurren los milagros. Es aquí donde escribo y materializo mis pensamientos en palabras, las cuales seguirán en este mundo aún después de que mi vida llegue a su fin. Siempre he creído que uno de los legados que puedo dejar en este mundo son mis textos, pues a través de la belleza de mis palabras puedo ayudar a las personas a sanar, así como alguna vez grandes autores, que pronto se convirtieron en mis amigos y en mis más grandes confidentes, me ayudaron a sanar las heridas de las que mi corazón no podía recuperarse.

Busco en lo profundo de mi clóset la ropa que me haga sentir poderoso, y una vez que la he elegido, me visto rápidamente para no enfurecer al reloj que me apresura con su tic tac, tic tac.

 Ya he llegado a la parte final de mi ritual. De frente a la puerta de mi casa, la cual divide mi mundo interior del mundo real, me acechan un sinfín de retos y aventuras. Cierro mis ojos, doy un breve suspiro y giro cautelosamente el picaporte. La puerta cede, la luminosidad de la mañana entra conforme la guardiana en la entrada lo permite. Doy el primer paso hacia afuera, siento la frescura del exterior y dejo que el viento helado recorra mi cuerpo. Suspiro una vez más y me despido de ella. Me dirijo con seguridad y valentía hacia donde el destino y Dios me conduzcan, porque sé cuál es mi misión en la vida y estoy más que dispuesto a conquistar el Universo entero.

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