Ella es mi rosa

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Los que estamos a cargo de la educación de principitos o princesitas, hemos recibido la indicación de que los niños necesitan la estructura de una rutina para favorecer buenos hábitos. Siguiendo este consejo, es así que: de lunes a viernes despierto una hora antes que tú para vestirme, picar algo, disponer tu uniforme y preparar tus alimentos matutinos.

A las ocho abro las cortinas y dejo que la luz haga su trabajo, pues no quiero ser yo quien te despierte. Poco después te doy los buenos días y te ayudo a alistarte, te peino mientras desayunas, y unos minutos antes de las nueve salimos de la casa.

Camino al preescolar le das los buenos días a la señora que vende frutas y verduras. Ella siempre responde: «que les vaya bien». Yo te deseo que te diviertas con tus amigos. Cruzamos la calle y unos pasos antes de entrar me repites: «te quiero mucho», yo respondo, y luego agregas: «te veo a las dos en punto» y yo confirmo.

Regreso a casa. Trabajo. Desde la una volteo cada tanto a ver el reloj. Y a las dos, sonrío al ver nuevamente tu carita.

Luego de comer hay tardes, como ayer, en las que armamos tres rompecabezas y jugamos a que voy a tu restaurante y a tu estética, hay otras en que vamos al parque, y otras más en las que tú juegas con Ella, Tok y Cerecita, porque mamá tiene trabajo.

Luego de bañarte, cenar y dar las buenas noches a todos en casa, nos subimos. Te preparas para dormir y eliges tus cuentos. Te deseo bonitos sueños, te digo que te amo y que te veo mañana.

El sábado vamos al tianguis. El domingo salimos en familia.

 

Releer El principito siendo mamá, me ha hecho pensar que el rito doméstico es el método que, silenciosa, paulatina y constantemente, acerca a madres e hijos. Porque nos acostumbra a la presencia del otro hasta convertirla en necesidad, nos hace responsables de aquellos a quienes consideramos especiales y enseña a nuestro corazón a alegrarse con la llegada de cierta hora o de cierto día particular.

Considero que, en el jardín de niños, efectivamente cada pequeño es como una flor. Pero mi hija es la más importante “ya que ella es la rosa a quien yo he regado […] y le di abrigo […] Es ella la rosa a quien oí quejarse, vanagloriarse, callarse. Porque, al fin de todo, ella es mi rosa”.[1]

 


[1] Saint-Exupéry, A. (1987). (M. Valdés Trad.). Epoca, (Obra original publicada en 1943).

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