Pensamientos de un estudiante promedio

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No ser extraordinario es, en cierto modo, la carga con la que la mayoría de la gente nace; por supuesto que yo no soy la excepción. Esta carga no viene sola, claro que no, siempre viene en compañía de rezagos psicológicos que me obligan a pensar cosas que no quiero o a sentir cosas que no debo. Trato muy a menudo de encontrar consuelo en las excusas, y, claro, eso alivia mi pesar muy de vez en cuando. No siempre, casi nunca.

 Tristemente, el constante sentimiento de mediocridad no es lo único que me persigue;

también mi corto pasado lo hace, ya saben, las malas decisiones. Personalmente, no soy de los que piensan que todo era más fácil antes, pero al menos esa es la excusa que más frecuentemente calma mis pensamientos pesimistas, como si las circunstancias del pasado fueran suficientes para explicar por qué me siento como un perdedor.

 Actualmente no concibo la carrera universitaria como un medio para enriquecer los

bolsillos, pero sí la mente. Desgraciadamente de pensamientos grandilocuentes no se

come. Sin saber qué hacer, fui inscrito en contra de mi voluntad, por mí mismo, en la

universidad y desde ese entonces no he parado de mantenerme en el mínimo indispensable. Una profesora de química, en la preparatoria, nos hablaba mucho sobre una

teoría de cajón, que decía más o menos así: el ser humano siempre tiende por el mínimo

esfuerzo. Obvio que, en su momento, mi yo adolescente, con la cabeza atascada de

referencias de superación personal, sacadas de novelas y dibujos animados, no le creyó.

 Hoy en día lo vivo diariamente, siempre me encuentro rozando los estándares inferiores, claro que no lo hago con gusto. Muchas veces he tratado de convencerme de que puedo ser el mejor en algo, especialmente después de ver videos de gente que es excepcional dando discursos con narrativas, de modo que me hacen creer que yo también puedo. La realidad es que me detiene la indecisión, o tal vez no, ojalá fuera tan simple. De lo que sí estoy seguro es que está dentro de mí y me susurra. Cuando lo racionalizo es cuando mejor me va, pero la mayoría de las veces no me doy cuenta. Al final, ¿qué es lo que pasa? Pues nada, siempre el agujero queda sin llenarse, parece ser como la grieta que da lugar a que el agujero comience a crecer nuevamente, convirtiéndose en mi ciclo vicioso.

 Es terrible pensar que permanezco en un limbo, no puedo ser el mejor, pero tampoco puedo ser el peor, al menos de ese modo podría reconocer un punto de partida. Permanezco constantemente en un punto medio que me deja suspendido, avanzando hacia quién sabe dónde, pero sin moverme en realidad a mi gusto, siempre atrás y por poco de las personas con las que me comparo.

 Me cuesta admitir que soy parte del promedio, es como un golpe a mi egoísta

autopercepción que me insiste en ser el mejor. Ni siquiera sé qué es ser el mejor, persigo

incansablemente metas imaginarias, lo cual es ridículo porque cada vez que llego, siempre hay más. Hace tiempo que no me permito sentirme cansado, pero el cuerpo no sabe de mis estúpidas restricciones, así que con justa razón se cansa, pero yo no, yo sigo, yo lo presiono, yo lo mato.

 No me gusta pensar en el tiempo, prefiero que lo abstracto se quede en su plano incomprensible, pero cuando menos me lo espero, aquello que tanto me doblaba el espíritu ya había pasado y, cuando eso pasa, tengo una rara sensación, una mezcla entre el dulce descanso de que ya pasó y la amarga tortura de que pude hacer más.

 No busco ser admirado y no creo admirar a alguien más. Aunque, muy a menudo, me

encuentro a mí mismo deseando la vida de otras personas o, peor aún, deseando mi vida si tuviera el coraje de tomar mis propias decisiones, sin miedo a las mil consecuencias que les invento.

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