En días en que todo sale bien, el sol se alza con su esplendor dorado y la brisa acaricia el amanecer, mientras el mundo se muestra afortunado.
La sonrisa del destino nos guía por un sendero de alegría y calma, y las penas del alma se desvían, dejando paso a la paz que embalsama.
En esos días, todo es un regalo, cada paso es un triunfo, un deleite, y el universo está de tu lado, con su magia y su luz que todo enaltece.
Con el cosmos conspirando a tu favor, nada puede salir mejor, son días magníficos que moran en la inmensidad del universo, en la eternidad del tiempo.
Son únicos e irrepetibles, en ocasiones los desaprovechamos o los invisibilizamos, a veces no los recordamos, a veces los olvidamos.
Los sueños se hacen realidad en estos días, las risas se multiplican en cascada y el corazón, con júbilo, se despliega, sintiendo que la vida es desperdiciada.
Como un oasis de dicha en el desierto de la vida, son tesoros que valen la pena atesorar con cariño, pues en medio de la rutina y la locura, es aquello que nos cura.
Así, celebramos los días de felicidad, en ellos hallamos un motivo eterno, pues en el curso de la vida tan dura, brillan como el sol en nuestro invierno.
Como estrellas en la penumbra, como el agua en el mar, como calma en la tormenta, son días por los cuales vale la pena vivir, amar, recordar, existir.
