Sé como un árbol

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Sentada en la misma banquita de Santiago, donde estuvimos aquel noviembre, en lo que creía la más absoluta soledad, cuestionándome la dirección de mis pasos, tratando de reconstruirme, mis mejillas nuevamente se estaban humedeciendo. De pronto escuché cómo se acercaba alguien, no quise voltear, aunque en el fondo deseaba que fueras tú. Se sentó a mi lado una anciana, aparentaba unos 65 años, quizá más. Poseía un garbo impresionante, su aroma me recordaba al Chanel No. 5 que solía usar mi abuela, sus labios estaban pintados de rojo quemado, pero lo que acaparó mi atención fue su mirada fija en mí. Estaba a punto de levantarme e irme, cuando su voz me interrumpió:

—¿Qué es lo que te sucede muchacha? —me preguntó.

Nada relevantecontesté nerviosa y con prisa.

—Nadie viene a una banca solitaria a llorar por algo que no sea relevante.

—Son tonterías, cosas del pasado, pero estaré bien.

—Eso te lo aseguro, no hay cosa que a tu edad no puedas enfrentar, a menos que estuvieras en la cama de un hospital o en un ataúd, pero veo que estás lo suficientemente fuerte para caminar hasta aquí. Dime niña, ¿qué es lo que te atormenta?

Sentí confianza para decirle todo lo que sentía en mi interior ya que, finalmente, jamás la volvería ver.

—Siento que fracaso en todo, no fui capaz de enamorar a quien más amé en la vida, ni de seguir luchando por mi más grande anhelo en la vida, vivir de la música, y mucho menos soy capaz de cuidar mi apariencia —suspiré.

—Yo sentí lo mismo a tu edad, pero te voy a ahorrar mucha palabrería de la gente, todo lo que tienes que hacer es ser como ély señaló un árbol.

La observé extrañada y se sonrió.

—No niña, no estoy loca. Sé como un árbol, que sea un ritual de todos tus días recordar serlo.

—Pero ¿cómo?

—Los árboles tienen sus raíces fuertes, en ti las raíces son todo lo que eres y que nadie debe cambiar, son fuertes, resisten infinidades de condiciones climáticas. Tú resiste a la adversidad, ellos nunca están estáticos, aunque suene ilógico, siempre se mueven, aunque nadie los mueve de su centro. Tú no dejes que nadie te mueva del tuyo y, sobre todo, cuando las hojitas muertas o enfermas se caigan, déjalas ir sin temor alguno, de ti misma saldrán nuevas que te permitirán renovarte.

Me miró dulcemente y se despidió.

—Recuerda mis palabras y recuérdame a mí, yo sé lo que te digo —dijo mientras se alejaba la ancianita.

—¿Cuál es su nombre? —le grité.

—Mi nombre es el tuyo —respondió.

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