Días en que todo sale bien

pexels-cottonbro-studio-4108807-scaled-thegem-blog-default

Me duelen las coyunturas. Me duele mi carácter, pero no voy a quejarme de lo que me incomoda. Hay días donde todo sale bien, donde la excitación por intentarlo penetra el conocimiento y la lógica.

Y también hay días malos donde todo termina bien, como cuando la hostilidad de las interacciones humanas ya no me parecen desubicadas, donde solo les doy la interpretación necesaria. Pero no hay días buenos que terminan mal, porque aprendimos a no contarlos, a esconderlos cuando te preguntan: “¿cómo estás?”.

Los días malos no se viven, se sienten. Se extinguen lentamente y ocasionalmente se convierten en el acompañante.

Me duele pensar en mí y en ti, porque no hay nada, no somos nada, no somos nada. Nos estamos descubriendo, pero necesito un día bueno para no sentirte tanto; para no vivirte siempre. Y también necesito días malos para olvidarte un momento, para que yo me vuelva a figurar sola y lograr sentirme otra, una diferente a la que está contigo, a la que piensa en ti, a la Mari Cruz lógica que susurra: “ten en cuenta que este día llegará a su fin”.

Fue un día malo que terminó bien, pero huí de regreso al hogar y ya no era el mismo, no se sentía igual.

Al admirarlo, todo estaba en su lugar, yo ya no era la misma porque aquel fue un día en que todo salió mal.

Salió mal porque me enamoré.

Salió bien porque te enamoraste.

No quiero que salga mal porque nos enamoramos.

Quiero que salga bien porque nos distanciamos.

Me duelen los codos, las rodillas, los pies, la espalda y los besos que te di ayer. Sabes que no he dormido bien, me percibo a medias, en el limbo pensándote, preguntando si estoy empezando a quererte y aceptarte ausente como eres.

Hay días buenos y malos, y después están los días que me escapo para verte.   

1

Dejar un comentario

X