Solo pienso en ti

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—¿Acaso esto es un castigo de Dios? —sollozó, el ahora papá, viendo a su hijo salir del útero de su esposa, diferente a como se lo había imaginado.

 Al no estar en una sala de hospital, sino en medio del campo de su casa, rápido lo llevó al hospital más cercano. El diagnóstico que había realizado en su cabeza era correcto.

 En compañía de su hijo recién nacido, tomó asiento en una de las sillas de metal para procesar aquella información. Solo quería un varón lleno de masculinidad, sin embargo, en aquel indefenso pequeñín no podía obtener esa cualidad.

 Justo al final del pasillo, se llevaba a cabo otro parto. Ser escuchaban los abundantes gritos de la madre y los del médico dando ánimos para que aquella niña saliera a conocer el mundo real. Una vez que lo hizo, la sorpresa no fue grata, más bien fue una decepción que llevó a la niña a escurrirse como pez entre los dedos de su padre. Su frente y la felicidad de los padres se estrellaron como un cristal.

 Solo pensaban en lo difícil que sería. Después de un par de meses, llevaron a su hijo a un internado. No podían con el peso que conllevaba un cuidado tan especial.

 —Pacientes con Síndrome de Down, piso 3.

 Era el turno de su hijo y la última vez que lo vieron.

 Han pasado varios años y ahora Louise es un joven que ha logrado sentirse querido. Un día dieron un comunicado: alguien más se uniría a su grupo. Todos fueron al comedor para recibir a una joven igual a los demás.

—Ella es Marouse —la enfermera hizo un gesto con la mano en forma de saludo para que todos la imitaran—. Será su nueva compañera.

 Marouse se sentó frente a Louise. Se miraban el uno al otro y a Louise le corrieron mil hormigas por los pies, así que solo se le ocurrió levantarse de la mesa.

 Al día siguiente, la rutina no fue diferente, hasta que Louise escuchó su nombre proveniente de una voz femenina. Volteó.

 —Louise —pronunció con dificultad Marouse.

 Ella le dio una rosa cortada del jardín y se fue sin decir nada, con prisa y timidez. Louise sonrió. Una idea se le vino a la mente.  Corrió hacia su dormitorio, sacó una hoja de su cajón y con un plumón rojo, como su pulso le dictaba, dibujó algo parecido a un corazón, inspirado en la rosa. Un corazón deforme y distorsionado, que en su cabeza era perfecto.

 Cada día las enfermeras veían más juntos a Marouse y a Louise.  A veces solo se sentaban en el comedor por las tardes. Hoy salieron al jardín.

 —Mira, están juntos de la mano —dijo una enfermera a su compañera.

 No podía haber nadie en este mundo tan feliz como ellos dos disfrutando la compañía del otro después de sufrir desprecio por sus familias.

 —¿Qué piensas? —musitó ella, con un poco de dificultad.

 Louise la volteó a ver, dio un respiro y le contestó.

 —Solo pienso en ti.

 

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