
Las palabras existen para nombrar.
Tan maravillosa es itacate,
ella misma, en su unicidad
nombra a la comida viajera,
la expone, es chismosa
pero lo dice de perfecta forma.
Despierta la envidia:
es claridosa, precisa
ella sola en su mismidad
exponiendo la existencia
de un estado imperceptible de
comida que
recorre distancias, pasa de manos,
desmantela la sábana y se nombra,
soy itacate.
La envidio porque
no hay palabra que se asemeje
a lo que nombra, a lo que dice,
pero acaso yo
¿puedo decir algo del mismo modo?