Adiós, Narciso

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Antes de mudarme de la ciudad, quise crear un último recuerdo. Luego de comprar una rebanada de pastel de zanahoria, mi favorito, y dos vasos de té, me dirijo a aquel puestecito donde vi a la gitana por primera vez. Todo es distinto, claro, en lugar del abrigo y los guantes para protegerme del invierno, ahora voy más ligera, llevo un vestido de girasoles y zapatillas azules.

—Buenos días, señora Triana —la saludo mientras ella está de espaldas. Como aquella mañana, la pila de cartas reposa sobre la mesa.

—¡Sólo Triana, cariño! dice al girarse—. Pero ¡qué guapa! —me abraza con cuidado.

—Muchas gracias —respondo y extiendo un vaso que toma con gratitud—. ¿Recuerda la propuesta de trabajo? —aún me cuesta creerlo.

—Vienes a despedirte, ¿cierto?

Luego de explicarle cómo ocurrió todo, ella menciona haber leído algo en las cartas. Me mira tranquila, pero intuyendo que aún tengo un asunto pendiente: «Emprende el vuelo sin ataduras, mi alma, y sal a la vida sin miedo, ya vendrán cosas mejores, mira que te lo digo yo». Me río y la abrazo con fuerza, con la promesa de un reencuentro.

Al llegar a casa, comienzo a empacar los libros pendientes, entonces el dije escondido entre ellos, cae al suelo. La película fotográfica comienza la proyección: los días en Perú, las charlas a medianoche, las miradas cómplices, las intenciones que nunca se materializaron…

Tomo pluma y papel y me acurruco en la terraza. Le escribo al chico de ojos marrones y risa peculiar, con quien un día observé tranquilamente la ciudad desde las alturas. Le escribo a alguien que no existe, siempre lo intuí, pero me llevó toda la vida aceptarlo. Nuestros caminos no han vuelto a cruzarse, al menos lo he intentado; las charlas se extinguieron y las miradas se enfocaron en algo o en alguien distinto. Romper los lazos fue más duro para mí de lo que admití, pero bien vale la pena si al final rompo el maleficio que me ha perseguido por tanto tiempo.

Me despedí de él varias veces y otras me engañé para no ver que seguía queriéndolo. En realidad, nunca estuvo en mi presente, aunque sus acciones intentaran convencerme de lo contrario. Al terminar la carta (la última, estoy segura), firmo con un Adiós, Narciso, sin promesas, sin puertas abiertas o pautas para nuevas oportunidades. Luego meto el dije en el sobre y veo cómo todo se funde con el fuego, al interior de la maceta. Insisto, hay cartas dedicadas más para el remitente que para el destinatario.

Después termino de empacar, mi vuelo sale en dos días.

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