Dedicatoria al personaje de una novela posible

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Ay, Lucio de mi corazón, toda tu vida, que es tanta y tan poca, está frente a tus ojos. El cuadrado de una mesa recortado en dos por la luz de tu infancia, y sobre él, los juguetes, las agujetas, la seguridad de estar, de existir dentro del tiempo. Ay, Lucio, los vasos rotos, las rodillas raspadas, las poluciones. Todo servido como sustancia divina dentro de esta vasija que es tu mente. La creación a la disposición de tus abrazos. Los ruegos de volverte uno con la tarde, con dios o con tu madre, que eran uno y el mismo, en esa juventud del alma. Si no hubieras nacido, Lucio, tanta música estaría esparcida por la calle sin nadie que la tomara en cuenta. Y seguramente las hormigas seguirían con su rutina incansable, pero sin ti para que de vez en cuando, a lo largo de los años, las hirieras en sus ejércitos interminables. Si no estuvieras aquí, leyendo cuanto disparate recargo en esta página, probablemente tendría que ir y llevarlo a alguna otra habitación en tinieblas. Todo existiría, pero diferente. Sin tu luz tenue y dispuesta. Sin tu corazón amable y egoísta. Sin tu consciencia de la finitud en que viniste a caer, Lucio de mi amor. Como yo y quienes escriben, y crean, y escupen, y exclaman, tú eres un sol que está hecho para apagarse. Es una oración tristísima la que inventé para ti, pero necesaria, porque habrías de venir al mundo a poblarlo con tus pétalos, y nadie más tendría ni esos ojos de tinta, ni esa nariz como de ratón, o de ocelote. Ay, Lucio, manantial que refleja el sinsentido de mi escritura, tienes todas las oportunidades de existencia y vienes a vivir justo aquí.

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