Lo que escribí para alguien que (ya) no existía

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La lluvia tiene el sonido más profundo. Amo la lluvia, es imposible imaginar otro sonido si lo que cayera del cielo fuera algo diferente al agua, si, por ejemplo, cayeran hojas, hojas secas, el sonido sería muy leve y los techos y las calles se oscurecerían. Asustaría un poco ver a esos cuerpos muertos como bichos, algo que no corre, que no arrastra, que no fluye.

Después de una lluvia de hojas, quizá, los caminantes podrían disfrutar del sonido crepitante de sus pasos sobre ellas.

Pero con el agua es distinto, el cielo se abre delicadamente, las nubes negras son un engaño, los relámpagos solo un guiño.

Triste sobre la mesa de la cocina, tomo un café y, de repente, un golpe rompe el silencio. Miles de gotas empiezan a amontonarse sobre el techo, el sonido se hace más fuerte, agitado… Un montón de agua cae, cada gota es única, líneas transparentes que chocan con el techo y el suelo, líneas que marcan un ritmo eléctrico, y el agua fluye, corre, lo limpia todo.

Yo veo el techo y veo una gota cayendo de entre las nubes y siento mi rostro húmedo y su compañía.

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