Meditación contra la melancolía

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A veces escribo a mis fantasmas, sombras de una persona a la que he abandonado en sus viejos hábitos. Sé que reclaman mi energía y atención cuando, luego de meses sin aparecer, los veo escribirse con pluma propia sobre el papel de mis sueños que discurro con asombro y espanto.

Escribo para aquellas sombras que no existen, pero que dejaron una especie de huella, de marca personal que se borra mientras las plasmo sobre el papel. Viejos amantes, amigos que se han quedado con los viejos hábitos que he desechado y en las renuncias que han sido parte del proceso alquímico que vivo.

Al ver estos pedazos rotos de mi ser, pienso que me descarapelo como lo hacen las serpientes.  Recuerdo el concepto de la realidad mandálica y fractaria, donde caemos precipitadamente hacia una realidad cada vez más profunda. Algunos asemejan este estado al conocimiento de Dios, del todo o del Brahman. Quizás a eso se refieren quienes hablan de develar el velo de Isis. El punto aquí es que mientras mis fantasmas existen en una realidad paralela, fuera de mi campo de consciencia, aún soy capaz de describirlos. ¿Les estaré recubriendo con más capas que les ocultan de la realidad total?

Quizás escribir a quien ya no existe, a la imagen de un cadáver, sea una total ingratitud al presente y a las personas que sí habitan la esfera de la percepción. Ofrezco entonces esta reproducción infiel e incompleta a mi parte subconsciente, que es como tierra fértil para nuevas creaciones llenas de bondades, mientras mantenga una mirada apacible y libre de juicio.

No encuentro más sentido que escribirles desde el amor profundo que les tuve alguna vez a esos amigos de borrachera, tanto como a esos amantes de papel, cuyas fantasías exaltaban mis sentidos hasta dejarme caer desde las alturas para llegar de nuevo al abismo, llena de heridas y con una mirada más profunda a mi averno personal. Observo que, si bien yo he tenido la terquedad de un toro y la visión del águila, quizás ellos contaban con un orgullo leonino y el canto embelesador de un ángel. He comprendido ahora que yo misma debo ser ángel, león, águila y toro, y empezar a construir lo que sí puede existir. Con un cincel destruyo y libero aquellas imágenes de mis fantasmas, les permito volver a sus dueños, tomo los trozos restantes para construir, sobre mi piedra angular, cuatro columnas nuevas que dirijan mi vida.

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