Aliciente

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Ella solía levantarse, aparentar ser feliz, abrir la ventana y embriagar sus pulmones con el olor de la quebrada Palestina. Les daba comida a las palomas y así podía seguir sus días.

Se inyectaba la morfina. Admiraba sus pestañas, jugaba con sus pelucas, salía a vitrinear a la 43 con ellas. ¡Le encantaba! Todo esto lo practicaba para escapar de su realidad.

Cuando se marchó, se despidió de mí con una sonrisa. Inhaló aquel olor embriagante que toda su vida la había acompañado encerrado en un cajón, para decir su último adiós.

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