Llovía

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Desde hace días, mientras camino a la escuela o a mi hogar, me detengo de golpe con una sensación fría y un hueco en el estómago. Una extraña certeza de que he olvidado algo, me atormenta. Reviso mi mochila y mi cartera. Todo está en su lugar.

Días después, un acontecimiento excitante y cobarde me sorprende. El calor de la noche me despierta empapada en sudor y lágrimas. Como una sombra, la misma sensación de olvido me persigue. La culpa me abruma, mi cuerpo tiembla y se inunda de remordimientos.

Quien no conoce la culpa no ha saboreado los placeres de la cotidianidad. Una noche, al despojarme de mi máscara del día, contemplé el iris de mi ojo café: profundo y pequeño. Ese ojo que, sin ser boca, me gritó lo que he perdido.

Hoy, sigo buscándome.

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