Lo que escribí para alguien que no existía

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Lo amé. Pero escribí poemas para alguien a quien tal vez yo creé. Alguien que no era él.

Fui yo quien hizo todo. Me he roto el corazón al empuñar mi propia pluma para trazar su nombre en una hoja. Me lastimé deseando a alguien que jamás sería mío.

Jezrael existe en las páginas de mi libreta. Oculto en lo más profundo de mis recuerdos. En alguna frase de algún libro. Existe, sí. Es el amor de mi vida. El hombre con el que soñé y anhelé envejecer. Está en cada canción de verano, en las hojas que caen en invierno y en el aroma que noviembre desprende en su primer día. Él existe en cada toque, cada abrazo, cada sonrisa que yo le di y en cada regalito que me esmeré en buscar esperando su aprobación.

Ahora, me río de ello. Me río de la inocencia y de la locura que a veces el enamoramiento trae consigo.

«Es curioso darnos cuenta de lo idiotas que somos cuando estamos enamorados». Yo amo esa frase. Es mi frase y la de aquellos que se han perdido en una persona que existe y no existe.

Recuerdo bien la avidez de mi mano escribiendo en las hojas traseras de mi libreta.  Levantaba la tapa intentando que nadie me viera; ocultaba a mi amor en letras que nadie podría reconocer.

Aquello que escribí no me llena de orgullo, pero forma parte de mi historia. Se trata de aquello que mi corazón deseó y que jamás obtuvo.

Lo que escribí para él, para Jez, será efímero y eterno al mismo tiempo. Un rastro de lo que escribí para alguien que no existía.

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