Lo que escribí para alguien que no existía

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¿Te acuerdas de aquel día? El día donde parecía que nadie más podía verte. Estábamos en ese puente, había más personas, pero tú me mirabas mientras se escuchaba a la multitud tratando de evitar lo que tanto me pediste que hiciera.

¿Ya te has ido? Cuando nos conocimos fue justo el peor momento de mi vida.  Comenzamos a ser amigos, me ayudaste a poder combatir a los demonios dentro y fuera de mí. Me querías acercar al mundo que deseaba en ese momento de debilidad, creí que eras mi mejor amigo.

¿Hacer eso fue lo correcto? Tus consejos, tus enseñanzas, lo que parecía ser lo mejor para mí, ¿de verdad lo fue? Te seguí en los peores momentos pensando que eras la salvación que esperaba mientras no podía salir de mi cama, mientras mi serotonina bajaba y unas pastillas intentaban sanar lo que mi mente no podía. Me mostraste un camino, una manera de acabar con todo.

¿Quién eras? No tenías nombre, me entendías, pero solo yo te veía, te sentía. Eras una luz en mi mundo gris, o quizás una oscuridad disfrazada. No era mi culpa, solo no podía creer en nada más, pues lo que me recomendaban no servía.

¿Pude haber soñado con una estrella de otra vida? En los días de lluvia cuando estaba arropado y todo era un silencio que me intranquilizaba, quería pensar que afuera había un sol que lo cubría todo, y que los ruidos de las personas riendo eran fuertes y armónicos. Pero tú no me dejabas pensar en eso, aunque lo deseara tanto. Quería cambiar para que las personas que se fijaban en mí sintieran que yo podía pensar en algo más que en un simple camino rápido.

Pero tú no eras más que un reflejo de lo que yo quería hacer. Solo un charco de agua. Ese día en el puente, al fin me pudo dar el sol en mis desnudos brazos. Desapareciste entre la fuerte brisa y me dejaste de hablar al oído después de escuchar a los que decían que no lo hiciera.

Nunca me ayudaste realmente, nunca me ayudé realmente, eras mi demonio, mi maldición, mi enfermedad, fuiste yo.

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