Penumbras sobre Dios

pexels-marina-m-8348157-scaled-e1714496180601-thegem-blog-default (1)

A Dios se ha olvidado.

«Nosotros lo hemos reemplazado»,
murmuran los cantos desafinados.

Mucho se habla de la opulenta sombra
que se cernió sobre los corazones vívidos.
La cruz invertida no apuntaba a la luz,
sino a grises cielos lánguidos.

Llega la hora.

El latido vivaz contiene el sentir.
Observamos bajo tallos
nuestros callos malogrados.

Al destino susurramos
un hueco muy terco,
y nos callamos.

Se dirige hacia nosotros

con la verdad como punzón.
Nos pregunta si estamos contentos

de nuestros éxitos gloriosos.

Algunos afirman orgullosos

con relucientes marcos sin polvo.
Otros encogidos de hombros,

persiguen las mismas promesas.

Al final estaremos descartados,
tirados y olvidados.
Le dice sus verdades al más sabio;

Al que goza entre elogios.
Al que es otro cascarón más del montón.

Hay unos que se distancian.
Quizá diferentes se crean.

Pero sus logros se ausentan,
y a la vida culpan.

Se les llama a que reluzcan sus ideas.
Les falla la astucia y bajan la cabeza;
les talla la angustia y ceden la pereza.
Es la sombra que está sobre las nucas.

Nos obliga a contemplar su boleado,
presumiendo que está beatificado.
Nos toma el mentón y nuestra frente besa.
Su cariño despierta y su verdad nos pesa.

Si no es en el futuro donde festejas,
puede que estés en las cosas viejas.
Pero la carrera embustera
tira con fuerza de nuestra mano.
Siempre llevará la delantera.
Creemos ser un sabio siamés
y sólo nos privamos hacia el estrés.

Triste es regocijarse en palabras y no en dinero.
Tonto es alabar la moda caucásica.
Murria da alimentarse de las masas y no del esmero.
Pena da derrochar en maga música.

De haber sabido de esta melancólica sosa
aguardándonos con brazos extendidos,
abrazándonos con brazos aferrados,
nadie hubiese saltado a la alcohólica pausa.

Es la maldición de la vida.
Sus manos peinan un orgullo
y su nana calma el bullo.
Que la tumba nunca se mida.

Abraza las húmedas cenizas que se desprenden de tu arraigado sesgo.
Sonríeles a tus rojas lágrimas que se pierden en tu soberbia arena.
Descansa sobre las telas negras que reciben la nieve de tu árido ego.
Encuentra esos ojos puros que contemplan tu rancia faena.
Apoya tus huesos en ese amable regazo que te estuvo vigilando.
No te sorprendas si se levanta y menosprecia tu legado.
Te lo has ganado, siéntete digno de haber fracasado.

1

Dejar un comentario

X