Pero de mí no te olvides

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La abuela tiene Alzheimer. Cumplió setenta y nueve años y no se acuerda. Ella es una mujer de temple fuerte, cabellos rizados, boca coqueta, arrugas llenas de historias y manos suaves.

Yo soy su nieta, la tercera de cuatro hermanos. Nos llevamos cincuenta años de diferencia y los veintinueve que hemos compartido han sido un refugio ante la cotidianidad. Hemos compartido secretos, bailes de verano, paseos por las calles, y la publicación de mi primer libro.

Su mente vaga entre recuerdos confusos del ayer. Las memorias de su infancia, de la gente que la rodeaba y ahora ya no está, se funden con los recuerdos del presente; de cosas vividas que la mente ya no puede retener. La visito, y aunque al principio me enojaba la enfermedad, he hecho las paces con ella.

Tardes de boleros con café, caminatas para comprar pan, arreglar el jardín y las historias que cuenta (eligiendo adrede mis favoritas para escucharlas una y otra vez). Todo el día disfrutando tanto, que hemos logrado burlar a la enfermedad.

A veces no sabe lo que pasa, pero basta un abrazo para que resurja la conexión: la cercanía de tantos años, ese amor tan puro. Ella sonríe y yo le susurro: «Pero de mí no te olvides».

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