
No tengo la dureza de un coco,
menos la del acero,
pero por ti
me vuelvo roca.
No tendré la memoria del elefante,
pero me pertenece su vista.
No me quejo porque me basta
para admirarte y maravillarme.
No tendré la fiereza del león,
pero, para protegerte,
me volvería gato o perro
o lo que más prefieras.
Carezco de la gracia del flamenco,
pero me es suficiente
que me veas como un quetzal.
Los ángeles no me dieron sus dotes
y no me atrevo a robárselos.
Aunque por ti me vuelvo mariachi.
Soy nada,
pero por ti soy todo.
Soy poco,
aunque tú me veas como mucho.
Soy ese conejo de la pradera
que camina inocente
hacia la cálida trampa de tus brazos.
Atraído por el sereno viento de tu voz,
solo para entrar
en aquel último pasaje de la muerte
y revivir al pasar el umbral de tus ojos;
tomar de la fuente de tus besos.
Soy ese enamorado tuyo
al que le causas temblores
en las placas tectónicas del corazón.
Aceleras las carretas dentro mío,
alterando los caminos de pequeños
carteros que llevan las palabras
necesarias para enamorarte.
Activas mis sentidos
como el peligro de muerte
que espero nunca se aleje,
para estar contigo siempre.
Soy,
y no me cansaré de decirlo,
tu enamorado.
Lo seré hasta que los mil soles
con los que brilla mi amor,
en este infinito universo de mi alma,
se extingan.
Y mi amor,
transformado en un agujero negro,
devorará todo a su paso.