Una tarde diferente

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El señor Francisco llegó en la madrugada cansado de su trabajo. Era lo habitual. Otro día más en el que solo deseaba llegar y recostarse en su cama. Sin embargo, esta vez quería hacer algo diferente. Decidió ir a su terraza y tomar algo caliente. El ambiente era tranquilo, no se escuchaba nada. Como consecuencia, el señor Francisco comenzó a sentir que no estaba solo. Además de la fuerte brisa, algo lo acompañaba, una gran incomodidad: sus perturbadores pensamientos que siempre trataba de evitar. Al darse cuenta de este malestar pensó en irse a dormir. No obstante, por más que quisiera no podía irse a dormir. Su mente lo aturdía con los mismos pensamientos y, aunque se esforzaba por evitarlos, la sensación de que había algo mal le impedía soltarlos.

Sin saber qué hacer, decidió ir donde un amigo. Afortunadamente, su colega le permitió pasar. Francisco, sin siquiera decir una palabra, fue a sentarse en el sofá. Se le notaba nervioso. Su colega preocupado decidió preguntar por su salud. Francisco respondió enojado que todo estaba bien, que solo no podía dormir en su casa porque tenía un problema y que no era tan enclenque como para venir solo por sentirse mal. Su colega no le creyó, pues el estado de Francisco era evidente. Le dijo que no lo subestimara, que no era alguien débil. Su colega se quedó atónito unos segundos mientras tomaba conciencia de lo que le pasaba a Francisco. Después de eso, solo se echó a llorar.

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