
Hace tiempo que pienso en ti. Por eso te escribo estas letras:
Amiga fiel de mis sueños. Desde muy pequeña tuve que trazar un camino perfecto para llegar a ti: ser una mujer de negocios con una admirable estabilidad, líder nata y amada por el mundo. Medité cada paso que di. Avancé desgarrándome el alma, guiada por una inercia tóxica de avanzar y no detenerme. Me forcé a cortar partes de mí para darle alas a ese camino tan estructurado que había formado. Y en la punta para alcanzar la cima, la vida me destrozó al apagar la luz de un querido amigo. Corría porque quería avanzar rápido, casi sin sentir. Deseaba desaparecer en la inmensidad del mar buscando dar sentido a una vida sin sentido. Me vi en ese futuro “perfecto” que había trazado, y pude ver que seguía siendo infeliz.
Entonces, ¿qué caso tuvo todo? Correr, aprender, llorar, romperme, construirme. Todo corriendo por un sueño. Viviendo por un deseo que alimentaba mi vida y que, al acariciarlo con la punta de los dedos, no se sentía como se suponía. ¿Dónde quedaba el éxito? Pasaron días, semanas y meses, pero a esas alturas, ¿qué importaba el tiempo? O el avance. Un día más o un día menos daba lo mismo. La vida se sentía anestesiada.
Y de nuevo la vida me sacudió. La presencia de un ser que no había sido invitado. Quedé impresionada por su valor de venir a invadir un espacio que no le correspondía; que no se le había dado. Mucho menos en este plan para llegar a ti. Entonces, me aferré a la creación de esta nueva presencia. Fui paciente, pero, al llegar al resultado, supe que definitivamente me alejé de ti. Pero me acerqué a mí. Comencé con miedo porque había renunciado a ti; porque había renunciado a mi camino estructurado, e improvisé. Poco a poco comencé a olvidarme de ti, pero a veces tu recuerdo dolía. Cerrar los ojos e imaginar cómo pudo haber sido me lastimaba.
Un día respiré con calma. Vi mi alrededor caótico y a la vez perfecto. Vi los sueños de aquella niña sin estabilidad, pero también observé mil formas de lograrlos. En alguna parte del camino esa niña pequeña descansó y comenzó a observar la vida. A sentirla. Sentir la vida es ver lo imperfecta que es, y aprender a fluir con ella.
Con esta carta me despido de ti, querida amiga. Gracias por ser mi más grande compañera en la niñez. Todo es un ciclo, y ya que no pudimos ser, te dejo ir con todo el cariño que me tengo. Fuimos un hermoso casi algo.
Hasta siempre. Te quiere, tu amiga Mar.