A los que están por nacer

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Los viernes ya no suenan como antes.

Algo va mal allá afuera.

Las balas caen cada vez más cerca

y los cuerpos gritan holocaustos;

delivery de funerales exprés,

de velatorios portátiles.

 

Rutina de carne en la calle,

hermanada bajo el mismo padre santo 

que insiste en pagar con caramelos la cuenta del gas.

Mientras el ministerio de bastardos

trabaja para brindarnos el mejor de los servicios,

sin que nadie se dé cuenta. 

 

Ya no queda concreto para llenar los agujeros

que dejaron los estómagos robados.

Nos quedamos sin aplausos 

y los perdidos no ocupan su lugar en la mesa. 

 

Allá afuera,

los genios inventan palabras;

y al otro lado de la calle,

una mujer cae a pedazos

disuelta en olvido.

 

Es viernes y suena como el lunes.

El día más crudo que haya existido.

Suena como el grito ahogado por gol que no entra,

como el paso en falso sobre una mina antipersonal

y el augurio de que los bares no se volverán a llenar

ni de vasos llenos, ni de carcajadas ridículas.

Las personas rotas caminarán recogiendo cada una de sus partes;

mirando el último brillo de los pétalos marchitos.

 

Sí.

Algo va mal allá afuera.

Las campanas golpearán contra nosotros,

la noche se llenará de cegadoras luces  

y bailaremos sobre el tablón de un barco 

al que el océano no deja de escupir.

 

Después de todo, invierno es doloroso.

Pero nos verá regresar por las deformes líneas de fuga,

como animales caídos de tanto estar de pie;

dispuestos a sabotear el paraíso de los listos,

aunque perdamos las garras.

 

Aunque sólo nos queden dos colmillos para morder.

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