Carta a mi pequeño Sarkis

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Eran vacaciones decembrinas. La fiebre loca de luces en las calles, unida al frío brumoso y azotador, generaban en mí una sola cosa: escribir una última carta. Letras llenas de anhelo y esperanza que deseaban seguras su presencia.

Una vez escrita, me dispuse a colocarla en el árbol sabiendo y teniendo por garantía que aquel escrito funcionaría. Solo era cuestión de esperar para que mi más preciado regalo llegara un 25 de diciembre; sin embargo, no fue así.

Tras no recibir la tan anhelada llegada de mi “monstruo”, decidí enfocarme en continuar con mi vida. Con la creencia de que, si mi más firme argumento no había logrado el objetivo, tenía que dar por concluido ese capítulo tan trágico de mi existencia.

Un día, después de varios años, mientras caminaba a casa salió de sobresalto. Mordisqueando mis tenis y brincando buscaba aferrarse a mis brazos con sus uñas. No lograba entender qué era lo que hacía.

Sarkis, así lo nombré. Era el ser más noble de todos. Corría sin parar y, cuando de comida se trataba, no dejaba de ladrar. Me contagiaba de alegría aun cuando tuviera días pesados en el trabajo. Se mostraba dulce o cariñoso con todo el mundo. Difícilmente le ladraba a alguien. A menos que sospechara algo.

Cada que me veía acercarme a la puerta, Sarkis deseaba acompañarme. Se adelantaba a la puerta y hacía el esfuerzo por abrirla. Claro que no era capaz de eso.

En los días lluviosos nos quedábamos acostados en el sofá viendo películas o leyendo un buen libro. Su compañía era tan grata como un atardecer en otoño, donde las hojas te acarician el alma y cada rayo de sol hace palpitar tu corazón.

Amargo no fue su adiós. Recuerdo verlo acostado en el sofá colocando su cabeza encima de uno de mis libros, insinuando que le leyera una vez más. Acaricié su barriga momentos antes de que diera su último suspiro. Con ese último sonido, decidí escribir una carta, que decía lo siguiente:

“Sarkis:
Gracias por ser el más grande susto de mi vida. Lo que una vez tú y yo compartimos no será escrito ni leído por nadie. Solo nosotros seremos testigos de lo vivido.”

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