
El día que cumplas trescientos treinta y seis meses estaré ahí,
tocando a tu puerta;
haciéndote saber lo mucho que te quiero.
Diciéndote lo deshabitada que me he sentido
estas setecientas noventa y cuatro horas sin tu presencia.
Me pregunto si me echas de menos.
Porque tu ausencia se siente como la nieve;
en cambio, la mía, parece sentarte bien.
Quisiera saber lo que pasa por tu cabeza.
Si me quieres tanto como yo a ti.
Quiero entender por qué te alejas.
¿De vez en cuando te acuerdas de mí?
Pasan los días y pasan las horas,
y yo, no sé nada de ti;
y tú, no sabes mucho de mí.
Yo te pienso.
¿Y tú? Quizá no.
Me refugio en tu recuerdo;
en la candela de tu amor que se enciende y se consume
cual fósforo resplandeciente y breve.
Donde hubo fuego, cenizas quedan.
Cenizas pobres.
Pobres cenizas.
El día que cumplas veintiocho marzos,
caminaré diecinueve mil metros
solo para hallarte.
Para sentirte, aunque sea un segundo.
Para demostrarme que, aunque todo apunte a lo contrario,
a pesar de la incertidumbre, de la ausencia y del silencio,
aún existes.