El esclavo y el gorrión

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¿Para quién escribo? ¿Será para ti, que no me lees, ni me conoces aún? Llevo años buscándote, aferrándome a la idea de que existes. Una parte de mí me dice, a veces con mayor frecuencia, pero siempre presente, que es verdad. Existes. No sé si soy valiente o un verdadero masoquista por buscarte cuando sé que, en el momento en que te reconozca, lo único que querré es idearme alguna estrategia tonta de huida para poder escapar como usualmente lo hago con aquello que no puedo controlar. ¡Te tengo miedo! Sí, lo dije. No sé cuál será tu aspecto, cómo te habrá tratado la vida, si estarás bien o mal. Te juro por Dios, que espero que estés bien.

A veces soy atrevido conmigo mismo y te imagino. Es agosto, y una brisa fresca cubre la atmósfera. Tú estás esperándome en el restaurante familiar de la esquina. Puedo sentir tu serena y libre energía desde una cuadra antes de toparme contigo. Los nervios me envuelven a cada paso. Siento un nudo en el estómago; sin embargo, tomo fuerza para mirarte. ¿Te pareceré agradable? ¿Podrás leer mis gestos? ¿Sonreirás? Qué orgullo sentiría si al menos pudiera sacarte una sonrisa. Te despedirías con un beso en la mejilla y te irías sin saber el efecto que has causado en mí.

Durante los años que te busqué, las voces se hacían presentes en mi cabeza a diario; la idea de nunca encontrarte era sofocante. Luego llegaba el silencio, y después la nada.

Seguramente, cuando leas esto te parecerá confuso entenderme. Tienes razón. Ni yo mismo lo logro. Las voces siguen presentes, y a veces es imposible apagar sus murmullos. Tengo la esperanza que algún día, con suerte, se invente una manera de mitigarlas por temporadas, o por periodos cortos, al menos. Probablemente, exista para cuando vuelva a vete. Quizá no.

Mientras tanto, gracias.

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