El paraíso indeciso

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Transcurría el viernes 15 de julio de 2015. Mientras escuchaba gritos y murmullos, anhelaba que esta pesadilla acabara de la noche a la mañana. Empecé a escribir cartas matutinas a mis familiares, especialmente a mi madre. Le contaba de todas las torturas, gritos, golpes y abusos. Le narraba cómo era ver que morían mis compañeras diariamente. Cada vez sentía pasos más cerca, los cuales eran la razón de mi temor. Sentía mi corazón a mil, y tenía ganas de orinar del miedo. Lograba sentir su olor a cigarrillo y marihuana. Era tan fuerte que me aturdía. Cada día era así hasta que me desmayaba.

Aproximadamente llevaba un año aquí, y a pesar de ser imposible, seguía con el pensamiento de levantarme y lograr escapar, abrazar a mi madre y a mis perritos Lulú y Nacho. En este lugar también había perros y animales exóticos de los que hablaré después. Era día de marca, y quienes nos cuidaban tenían que colocarnos un sello en nuestro cuello, parecido a un código de barras. Aunque ya le pertenecíamos a alguien, él tenía la potestad o “derecho” de pagar por nuestro cuerpo. De camino allí intente escapar, lo que fue imposible pues al ser esta una parte del barrio en forma de “L”, quienes entraban y salían lo hacían por la boca del callejón. Me atraparon y fue el momento en que más empecé a temer por mi vida pues tenía tres opciones: los sayayines, el cocodrilo Pepe o los perros agresivos más conocidos como “perros asesinos”. Sólo le pedía a Dios que no me dejara morir así. Me encapucharon y sentí cómo en aquel lugar se experimentaba un eco y un frío inexplicable. Era una habitación con ventana hacia una especie de patio-túnel, y ahí estaba Paola. Ella estaba hace más de un año y medio, tuvo dos abortos por los abusos que vivió aquí. Había días, hasta semanas, en las que ella no comía y sólo lloraba. Era una chica con gran valor al igual que humildad en su corazón. En ese cuarto viví la experiencia de ver cómo la descuartizaban, mientras aquel encargado repetía una y mil veces: «Espero que hayas aprendido la lección de no salir sin mi permiso». Aquellas palabras fueron las causantes de mi culpa durante tres años más en este lugar.

Mi nombre es Luisa, más conocida por Luh, hace un año fallecí, el 11 de mayo de 2019, debido a una golpiza de mi cuidador.

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