
Todo en ella le parecía extraordinario. Hasta su nombre. Maju, no era un nombre común. Jamás había escuchado que alguien más se llamara así, aunque, en realidad, no conocía mucha gente y la poca que conocía tenía nombres comunes. Su propio nombre, Juan, era muy común. Diez de las personas que vivían en la comunidad tenían ese nombre, y en su familia tres de ellos se llamaban así: su tatarabuelo, su abuelo y su padre. En honor a ellos llevaba ese nombre. En la familia de Maju nadie se llamaba como ella.
Él, al ser alguien curioso, se atrevió a cuestionar a los padres de Maju sobre el origen de ese nombre tan original, en medio de aquel pueblito en donde la mayoría lleva nombres de santos o de sus antepasados. Doña María le comentó que en un principio se iba a llamar Dolores, por la fecha de su nacimiento, pero ya había varias mujeres en su familia que tenían dicho nombre. Consideraron el nombre de Juana, pero sucedía lo mismo. Por mucho tiempo estuvieron indagando sobre qué nombre llevaría su hija. Hasta que su hija mayor les dijo que le pusieran Maju: “Ma” por María y “ju” por Juan, sus padres. En la escuela se solían reír de su nombre, pero a ella no le importaba. Siempre mostraba valentía y sostenía que su nombre era único como ella. Para él así era. No había nadie como ella. Cuando descubrió la palabra extraordinario, supo que dicha palabra definía a Maju.