
Frente al espejo, empapada de lágrimas, gritó al universo:
—¡¿Existes?! ¡¿También estás pensando en mí?! ¿También sufres por amor? ¿Preparas tu mejor versión para cuando nos encontremos? ¿Nos encontraremos? ¡¿Dónde estás?!
Apoyada en la pileta, seca sus lágrimas, respira. Es la segunda vez desde que sufrió por su primer amor que hace estas preguntas. Recargada en los azulejos fríos de la pared, se arma de valor para abrir la puerta del baño y continuar con su vida. Para la cara a su familia.
«Un día aparecerá una persona con la que no habrá más decepciones ni preguntas», afirma en su mente, mientras respira lentamente.
«¿Cuántos años pasarán? ¿Cuántas desilusiones más?», se vuelve a cuestionar.
Ximena, cuando era niña, no creía en el amor. Tras un modelo familiar donde los padres gritaban y peleaban cada que estaban juntos, decidió no enamorarse y estar sola. Sin embargo, sucedió. Se enamoró y cuestionó lo que había dicho.
Cada desamor era diferente. El primero la amaba, pero ella no. En el segundo, ambos se adoraban; pero él tocaba las fibras más profundas de sus miedos y traumas. Luego, en el tercero, ella se enamoró y aceptó cada trampa tendida por un narciso. Aceptó, sí. Ella era consciente de todo.
«¿Aceptaré mentirme una vez más?», se pregunta.
Su familia habla. No notan su corazón partido y los días de llanto que finalizan, por segunda vez, con preguntas frente al espejo.
Ximena compone canciones para cantantes. Una de las letras de su última composición dice:
Sé que preguntas como yo:
¿Dónde estás amor?
Que miras más allá,
y ves si me encontrarás.
Amor, nuestra historia aún no se dio.
Amor, me parte el corazón
pensar si el destino nos unirá.
Si será en esta vida o en otra más.
Esta es su carta al amor que no sabe si algún día mirará a los ojos.