
A la luz de la luna mi mente se fragmenta en miles de recuerdos. El llanto de los niños, mis hijos, es como puñalada del pasado. Las cicatrices me duelen. Los recuerdos que me hacen desfallecer cada vez que veo sus lágrimas. Me arrepiento de cada latigazo que di. Odio la noche porque los recuerdos no me dejan dormir. Ese fuego humeante y su olor impregnado hasta en mis entrañas, me hace pensar en mí; en mi presente y mi pasado.
Me complace llorar a la luz de la luna. Ella es la única que sabe mi dolor y mi sufrir. Mis lágrimas de camino a casa son casi como cataratas sin fin. Este sendero lo conozco desde siempre: la montaña, mi hogar; mi razón de ser. Siento que lo perdí todo, pero aún quedo yo. Aún existe mi caballo, una cama dura, mi amarga soledad y la dulce miel de miles de abejas que revolotean en mi habitación. Ellas son las únicas que me acompañan desde siempre.
Los días pasan. Cada vez es más difícil despertar y poner un pie dentro de mis botas de cuero duro. Ahora es más perceptible ese dolor en mi espalda. No es normal. Es la muerte. La puedo sentir porque la llevo en mi espalda desde hace poco tiempo. Cuando todo se oculta y apago la luz, mis manos tiemblan como si supieran su destino.
Creo que ha llegado el fin. Puedo sentir que mi garganta se seca, como si un fuego violento la consumiera. Mis entrañas arden por dentro. Puedo sentir cómo los segundos de mi reloj se agotan, marcando mi mente. Siento mi corazón latir. Todo es tan claro ahora: mi dolor, mis recuerdos, mis hijos.
Con mis ojos llorosos y casi cerrados, logro presenciar el ejército de abejas que escoltan mi alma. Nunca en mi vida pude sentirme tan seguro. Creo que sienten mi dolor y huelen mi muerte. No muero solo, mi alma estará en cada una de ellas. Solo así mis amargos recuerdos podrán convertirse en dulce miel.
El dolor termina y mi vida pasa ante mis ojos. Mi última lágrima cae por mi rostro. Mi débil cuerpo comienza a tensarse sobre esta rígida cama. Mi ataúd siempre ha estado aquí. Nunca quise creerlo, pero compré mi propia muerte. Mi último aliento yace en la penumbra de mi solitaria habitación.
Dejo atrás todo aquello que me perturba. Ahora, finalmente, puedo ser feliz.