
En cuatro cuadernos tengo todo el amor que he sentido. En cuatrocientas hojas están plasmadas las palabras que rara vez pude decir en voz alta. Todo mi amor se encuentra atrapado en pastas y hojas desgastadas sobre un mueble empolvado. A veces me pregunto si mis oraciones secretas serán capaces de alcanzar a alguien, o si yo dejaré que algún día las encuentren. ¿De qué me sirve tanto amor si no lo entrego a su destinatario, a quien he amado, amo y amaré? Todo está ahí y aún no termino. Ahora son cinco y en diez años quizá haya veinte cuadernos más. Aun así, nunca les he mostrado a quien le pertenecen.
Alguna vez usé una de esas hojas llenas y las entregué a la persona que en ese momento me parecía encajar. Lo puse todo en un correo y quedé en espera. Pero no hubo respuesta. El “te amo” como expresión de toda esa explosión emocional, mental y física me parece absurdo y desgastado. Es insuficiente para describir cómo mi mente se vuelve torpe y mis cachetes rojos. Lo he dicho tantas veces que carece de significado. Me decepciona, me entristece; es una verdad tan incómoda que me niego a admitirla en voz alta. No me queda de otra más que seguir escribiendo una y otra vez. Dejar que se sumen los rayones incoherentes, y que se vierta un poco de mí y de ti ahí.
La tinta se vuelve una voz silenciosa, cómplice a todas las emociones que alguna vez he sentido; compañera en la oscura madrugada donde no hago otra cosa más que pensar en todo.
Seguiré escribiendo hasta que lo hable. Lo seguiré limpiando cada que sea necesario en el aire, en el suelo, entre páginas y yo…
Creo que no quiero dejar que mi amor se empolve.