Silencio, por favor

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«Alguien siempre dice algo para alguien», repetías como tu letanía predilecta. Recuerdo que eras recalcitrante con la inexistencia de una frase sin intencionalidad, ni receptor. Eras tú el que con aseveración enfatizaba que nadie dice algo solo porque sí. Por supuesto, entiendo que las palabras responden al momento en que son dichas; que nadie es otra cosa si no lo que dice y cuando lo dice. Esa podría ser la respuesta al por qué existe una discrepancia abismal entre el que eras y el que eres.

Ahora mírate; yaces solo en palabras que están en el aire. Habitas el silencio que penetra cual hierro tu endeble estirpe. Ahora dices que ya no hay quien reciba palabra alguna. Todo el excedente de ti es silencio sepulcral del que parece no vas a salir; por eso no digo nada para quien no existe, ni lo diré para quien pueda existir, y va a llegar el día en que esto fenecerá. De hecho, no digo nada. No creo ser lo que pronuncio. No soy eso, por el contrario, me siento yo en lo que no digo. ¿Para qué hablar? Hablar mucho es contradecirte más que ayer, y en el estricto orden de la ley del progreso, mucho menos que mañana. Por eso no me pregunten lo que dije; haya sido para alguien o algo en concreto, eso ya no lo sé. No lo recuerdo. Y si lo dije, hoy pierde valor. Las dije, no las digo. Lo que digo de forma precisa está aconteciendo; y en el momento en que logre precisarlo con cabalidad, te lo escupiré para al fin soltarlo. Mis palabras entonces quedarán emancipadas de un yo envidioso; de la servidumbre que ofrece mi cabeza, serán cien por ciento independientes. No para alguien a quien haya premeditado dirigir, pues ya te dije que yo nunca diría algo para alguien como tú lo piensas; si no que las escupiré para que ya no sean más yo. Ya no son más yo. Por el contrario, y retomando al silencio, a ese si lo siento yo, porque mis silencios todavía no se independizaron; no son pasado, no son futuro, son el presente de mi interior, son posibilidad, potenciales palabras, ideas, frases que no salieron a la luz. Es la potencialidad de emancipación. Es la esperanza de no retenerlo más en mi cabeza; de sosegarme en el nuevo silencio de un lozano fuego que crepita en mi médula y me tiene laxo, sin el lastre de mi cabeza. Ahí es donde me encuentro: en la afonía de mi cuerpo; en el silencio que soy yo, y en el silencio que es solo hoy.

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