Súplica

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Siempre estaré contigo. Fue lo último que escribió en ese recorte de papel.

«¿Dónde estás? ¿A dónde fuiste? ¿Por qué solo cuando cierro los ojos estás junto a mí? ¿Qué es lo que estoy sintiendo? ¿Cuándo volverás?». Son las preguntas que le hago a mamá. Ella me mira con sus ojos llenos de lágrimas, se acerca y me abraza. Me dice que todo estará bien. No entiendo lo que esas palabras significan. No entiendo por qué limpian todo y por qué se llevan su ropa. Sé que regresará y se quedará conmigo para siempre. 

Recuerdo cuando su cara estaba entre mis manos; su piel tan marchita. Ya ha pasado un año y tengo miedo. No ha regresado. Cuando cierro los ojos, su recuerdo se aleja. ¿Qué pasará si la olvido? Me esfuerzo en recordar su rostro; este pequeño acto siempre rompe mi corazón. ¿Dónde está? ¿Por qué no ha vuelto a casa? La siento tan distante.

Decidí que cada noche le construiría una parte del cuerpo. La primera noche le di mis brazos, para que no me soltará. Quiero que toda su silueta se apodere de mí. Luego le di mi torso y allí guardé mi corazón, para que sintiera cuánto la amaba; después le entregué mis piernas. Sacrifiqué mi boca y mi voz. Le ofrecí mis ojos; formé sus orejas, para que mi voz fuera lo único que escuchará. En la última noche, le transferí mis recuerdos.

Me demoré siete noches en crearla. Admito que aún faltan partes, pero le entregué todo de mí; mi cuerpo y mi alma. Cada mañana despierto y ella no está. Mis partes regresan. Cada noche yo le pertenezco; sé que de esa forma ella se quedará para siempre, como sus últimas palabras. A la octava noche ella empezó a desaparecer. Me obligué a construir de nuevo su cuerpo. Su ausencia es pesada. Una noche le pregunté: «¿Por qué no te quedas?». Ella solo me sonrió tristemente. Tengo miedo de que llegue la noche en que no intente crearla. Construirla es desgastante. El dolor es lo único que me queda de ella.

No sé cuánto tiempo ha pasado. «¿Cuándo volverás?» Le pregunto de nuevo a mi madre. «Toda va a estar bien». Repite, envolviéndome con sus brazos. Lloro porque sé que esas serán sus últimas palabras. Despierto y vuelvo a preguntar: ¿Dónde está? ¿Dónde está mamá? Papá responde: «Ella no regresará».

Cierro de nuevo los ojos e intentó buscar esa silueta, pero la he olvidado. Siempre estaré contigo, fue la primera mentira que ella me dijo. Adiós, mamá”, son las últimas palabras que le escribí cuando cumplí ocho, y fueron para alguien que ya no existe.

Mi pecho duele, duele, mamá.

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