
Todo es oscuro a mi alrededor. No puedo ver. La brisa choca en mi rostro mientras el frío se apodera de mí, trayendo imágenes sin sentido que invaden mi mente. Entre una de ellas, un recuerdo es reflejado: cuando te fuiste sin ningún motivo, sin ninguna explicación. La memoria me roba un suspiro y me arranca una lágrima que cae por mi mejilla. Pienso en lo que pudo haber sido, los lugares que podían ser explotados, los sueños que podían cumplirse, o las metas que podían lograrse. Todo se convierte en oscuro azabache, y todo lo que deseo es irme de este infierno.
Pasan minutos, horas, días, semanas, y sigo en el mismo tormento. Gritos vacíos salen de mi boca, pero nadie corre al llamado; nadie corre a salvarme. Pero ¿por qué tengo que esperar a ser rescatada?
Estoy a punto de rendirme y caer por ese acantilado. Pero, repentinamente, una luz me enceguece. La esperanza me da su mano, y me regocijo al escuchar que sus palabras reconocen la gran lucha que he dado. Con su voz, me levanto de mi cama y abro las cortinas. Detrás de mí observo a la depresión tendida en la cama, esperando a envolverme entre sus brazos. Yo giro la cabeza y miro a los ojos de la esperanza, con la promesa de revivir los bellos momentos que pasé con ella. Tengo otra oportunidad. Un suspiro más que me motiva a vivir otro día.