
Siempre termino cambiando el inicio de todas las cartas que son para ti. No encuentro las palabras adecuadas o, cuando me dispongo a plasmar las conversaciones de todas esas criaturas intrusivas que amenazan mi día, desaparecen sin más. Me dejan haciendo el trabajo difícil: dar el primer paso.
Luego, a mitad del día, no dejan de revolotear. Les gusta vivir en un espacio donde aún estás presente. Nunca aprenden. Son criaturas persistentes. Recuerdo que descubrí un álbum de música cuyo nombre era nuestro número favorito. Comentaron que en el futuro había un álbum para nosotros y eso me hizo sonreír.
Son criaturas misteriosas. No duermen. El otro día me reclamaron que nunca les cuento de ti. Que se aburren con lo poco que escribo y por eso siempre andan hablando de más. Que extrañan estar en cuadernos, dibujos poemas y canciones; en la sangre apasionada que teníamos cuando hacíamos flores.
Son criaturas sentimentales. Les molesta el ruido, por eso las cuido. Se dañan con el polvo y si las dejas tres meses molestas. Por eso las protejo.