Hospital emocional

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—Esto es una urgencia, doctora —postrado en cama, un paciente de mirada quejumbrosa se dirigió hacia la dama de bata blanca—. Necesito anestesia.

—¿Qué es lo que le duele?

—Me duele mucho… sentir.

Un suspiro de resignación con dejo profesional inundó la sala.

—La anestesia será temporal. Le recomiendo una dosis de aceptación de manera inmediata. A menos que prefiera una inyección de realidad. Sin embargo, la última vez su cuerpo no tuvo una buena reacción hacia ella —observando y analizando el estado del paciente, la doctora continuó—. No es su primera vez aquí, después de todo —el murmullo escapó de sus labios, acompañado de un semblante de desaprobación.

—Doctora, la dosis de aceptación es sumamente costosa, como podrá observar. Y qué decir de lo difícil que es conseguirla —una leve risa por lo hilarante de su situación brotó de la boca del paciente—. Estaré bien con la anestesia. Aun así, agradezco mucho su preocupación —en sus ojos se hallaba un pequeño rastro de culpa. Sabía bien que el motivo de su estancia en dicho lugar se debía a sus propias decisiones que, nuevamente, no fueron las mejores.

—Le pido por favor que deje de consumir de manera excesiva los caramelos de ilusiones —una mirada y un tono represivo se hicieron presentes a la par de sus palabras—. Los dulces hechos de recuerdos e idealizaciones son letales para usted, y más en su estado actual. Reitero. Queda estrictamente prohibido su consumo. Debe cuidarse.

—Eso es cruel, doctora —rio para sí. Mientras miraba hacia la ventana, no pudo evitar decir—. ¿Cómo se supone que podré saborear mi vida?

—Hay cosas más dulces que esas —ladeando su cabeza en signo de reprobación, el paciente respondió.

—Pero, doctora…

—Que sea la última vez.

El paciente rio.

—Siempre intento que así sea.

Paciente 1909 – Corazón roto.

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