
02/11/1998
Querida Vivianita:
La noche es tan fría que abraza y estrangula partes de mi cuerpo. El dolor es tolerable, pero me impide tomar adecuadamente la pluma y el tintero para escribirte mis últimas palabras. Recuerdo el día en que te conocí. Llevabas puesto un vestido blanco que relucía con la luz que emanaba la luna llena. Tus labios eran tan hermosos, y su color carmín tan brillante que opacaba el campo de flores que se encontraba detrás de ti. Tu cabello era tan suave como el algodón, y tenía un color tan peculiar que solía decirte que usabas tinte para obtener esos pequeños destellos purpuras en tu pelo negro. Eso te molestaba. Lamento no haberte dicho que era uno de los rasgos que más me encantaban de ti. Eras tan dulce y frágil que en ocasiones temía que alguien se atreviera a hacerte daño, pero solías decirme con una sonrisa que todo estaría bien. Me gustaban mucho los paseos nocturnos por el parque, aunque en su momento no entendía por qué no podíamos hacerlos durante el día. Te agradezco mucho el tiempo que compartimos juntos disfrutando de una buena taza de café mientras charlábamos, o las incontables veces que me hiciste correr por la plaza buscando calabazas para cocinártelas como postre, en vez de ir a comprar dulces a la tienda. Agradezco que lucieras elegante y única en tu vestido azul solo para bailar conmigo, aunque tuviera dos pies izquierdos. Sobre todo, gracias por estar conmigo después de que mi esposa falleciera. A ella le hubiera gustado mucho conocerte porque, al igual que tú, disfrutaba enormemente de la naturaleza y de palpar incontables momentos de alegría contenidos en pequeñas fotos que se podían atesorar con el paso de los años.
Me dolió mucho no volver a verte. Tan solo desapareciste una mañana en que me sentía mal y mi familia decidió llevarme al médico. Ya pasaron más de tres años en que no he podido ver tus ojos o tocar tu cabello. Entiendo que no puedo volver a verte, pues siento que mis fuerzas no son suficientes para salir a buscarte. Mi familia dice que mis medicamentos me han ayudado a mantener mi mente clara, pero físicamente no me han ayudado mucho. También suelen decir que es muy raro que te conociera mientras visitaba la tumba de mi esposa, porque no eres un pariente cercano, pero yo me alegro por haberte conocido en un momento vulnerable de mi vida. Hoy fui a dejar flores al cementerio con la esperanza de volver a verte. Encontré un cristal muy bello que me recuerda mucho a tu pelo. Espero puedas verlo algún día. Tal vez para cuando te entreguen esta carta, si decides regresar al pueblo, yo ya no esté. Sin embargo, espero que en nuestra siguiente vida mi esposa y yo podamos encontrarte y ser muy buenos amigos. Cuídate mucho.
Te quiere, tu amigo David.