
Bajo mis ojos hay tardes lluviosas,
sobre ellos pensamientos negros;
por las mañanas nace en mi rostro el anhelo del cambio,
pero no encuentro ánimo ni impulso.
Se esconde en mi cabeza
y la azota con fuerza.
Juro sacarla, pero ella se afianza,
agranda mis miedos destruyendo mi confianza.
¿A caso no es suficiente el dolor causado?
A pesar de la compañía, no hay nadie aquí a mi lado.
No aguanto más la angustia que vuelve frío el día
y encierra momentos gloriosos con un candado.
Roca, cada vez más pesada y obscura
que forma en mi alma rupturas,
¿cuándo encontraré la cura?
¡Ruego que no me impidan la entrada a las alturas!
El daño que causé quiere venganza.
¡Oh, es la tremenda culpa!
Si quieres córtame la lengua ya.
¡Solo imploro que el fin de esta tremenda culpa
traiga consigo mi tranquilidad!
La vida sigue, pero uno mismo se detiene,
se aflige por lo que no posee
sin darse cuenta de la alegría que suspende.
Con esto ¿qué es lo que se obtiene?
No se alargará ni acortará la amargura;
estancada seguirá y en nuestras cabezas perdurará,
a menos que se revele la verdad que es dura.
Temo por días inciertos,
pero al abrir la caja de mis recuerdos,
encuentro a esa niña que juraba que ya no existía.
Ella me mostró sueños en los cuales vi mi reflejo,
que en aquel entonces no existía.