Ocurrió mientras caminábamos sobre la calle principal. Mi amiga y yo compartíamos las peripecias que habíamos atravesado recientemente, y de las cuales logramos levantarnos. Nos lamentábamos entre bromas por lo mal portados que debimos ser en nuestras vidas pasadas para sufrir tanto. Era de noche, y opacadas por las relumbrantes luces de la ciudad, apenas unas cuantas estrellas lograban verse.
¿Y si somos la reencarnación de un extraterrestre?, pensé de pronto.
El universo es inmenso, y yo estaba convencido de que no podíamos ser los únicos seres racionales dentro de él.
—¿Te imaginas que todas las almas del cosmos llegaran a la Tierra? —le comenté a mi amiga y nos echamos a reír.
—Eso explicaría por qué estamos tan mal —respondió ella. Quizá pensaba que solo aterrizaban los marcianos malvados.
La expresión “el infierno en la Tierra” ahora tomaba otro significado.
Quizá venimos a la Tierra para componernos. En la Tierra no hay buenos y malos, solo personas confundidas. Tal vez porque no recordamos lo que hicimos antes de venir aquí. Y como no sabemos qué tenemos que mejorar, a veces solo lo empeoramos. Una segunda oportunidad en una segunda vida, que tiene la sensación de ser la primera y la única. Si las cosas son así, cuando nos equivocamos ¿volvemos aquí una y otra vez hasta que lo hagamos bien?
Llegué a casa y seguí pensando en qué habría hecho en mi otra vida para aterrizar aquí. Quizá robarle una estrella a alguna constelación lejana. Me acosté preguntándome si volvería a mi mundo después de enmendar lo que había hecho o si seguiría aquí por algunas vidas más.
Por esa razón decidí empezar este diario. Quiero llevar un registro de mis pequeñas buenas acciones y mis enormes travesuras. Y, cuando llegue a manos de una criatura espacial, sea capaz de entender por qué regresé a la tierra.
Prometo que, en las siguientes páginas que escriba, habrá una mejoría en mí. Lo haré mejor que el día anterior.
