He de saludarte como una madre que te engendró en una noche de ilusiones, sueños, desvelos y amores. De esos que te hacen fantasear con una vida tranquila, sonrisas, zapatos pequeños por todos lados y con la posibilidad de comprar un auto porque habrías de venir al mundo.
Te vi crecer, aprender y nadar como un pez amarillo, bella y feliz. Te escuché decirme mamá, e incluso percibí tu tacto y tu aroma a fresas dulces. Toqué tu cabello largo, rizado, castaño oscuro, que contrastaba con tu piel morena clara y tus ojos grandes y brillantes. Repasé contigo la tarea, reímos juntas; fuiste terriblemente consentida por tu padre.
Escuché atentamente tus palabras cuando me contabas lo mucho que te divertías con tus amigos en la escuela y en el club de natación, después de tomar un helado y de andar en bicicleta juntas.
También te escuché llorar en silencio en tu cuarto por alguien que quisiste mucho en tus plenos diecisiete. Estuve ahí toda la noche con un té de jengibre esperando a que te quedaras dormida; lo puse en tu mesita de noche y me acerqué a darte un beso en la frente viendo como tu corazón se consolaba. Decidí hablarte de mis historias y rupturas del corazón. Te hablé de una persona especial que me enseñó a ser más fuerte; de alguien que me cuidó como un guardián centinela; quien me amó profundamente y a quien amaré a pesar de todas las circunstancias: tu padre.
Siempre querías que te contara la historia sobre cómo lo conocí, y siempre empezaba de la misma manera: «En un día de octubre…». Tu parte favorita era cuando bailábamos bajo las estrellas. Te parecía mágico. Nos veías y te parecía inverosímil que dos personas con un amor tan grande y apasionado aún siguieran como al principio de su historia, como si no hubiera pasado el tiempo. Pero en el fondo, sabías que habíamos vivido nuestras experiencias, nuestras tristezas y nuestra vida. Cada uno tiene una historia detrás que no siempre ha sido alegre, pero que es nuestra. Los recuerdos son nuestros a pesar de todo.
Así es, pequeña mía, a veces los recuerdos duelen porque fueron felices, porque fuimos tiernos al vivirlos. Me duele dejarte en un día soleado como hoy. Ahora volveré a ser libre andando en bicicleta, a retarme a estar en lugares inexplorados, a volver a la aventura de vivir y de mostrar muchas cosas de mí al mundo porque, aunque te conozco solo en sueños, nos encontraremos de nuevo.