El amor y la decepción se encontraban frente a frente, de nuevo, pasando por el dilema de siempre.
—Léelos— suplicaba el amor, empujando hacia la decepción una caja con mil escritos dentro. Escritos que brillaban con una luz cálida.
—¡No! —respondía a gritos, retrocediendo cada vez que la caja se acercaba más a ella; intentando escapar de lo que contenía y significaba.
De pronto no había más espacio para escapar. La decepción estaba contra la pared, y la caja se ceñía a su pecho casi queriendo entrar en ella. Lágrimas comenzaban a bajar con desesperación, y uno a uno los escritos dentro de esa curiosa caja comenzaban a aparecer en su memoria, como si una película en cámara lenta pasara frente a sus ojos, en la enorme pantalla que era su mente.
Creía que lo había olvidado. Aquel sentimiento que ahora la obligaba a observar lo que alguna vez en el pasado había hecho. La decepción veía a una chica abrazada a cada pedazo de papel que había, y su pecho se estrujaba cuando alguna lágrima de la joven caía por aquellas rojas mejillas.
—¿Por qué me obligas a ver esto de nuevo? ¡¿Por qué?!
Pero ella sabía la respuesta: el amor. Incluso sabía por qué reaccionaba de aquel modo.
La película en su mente casi terminaba y había una chica más reluciente y alegre, haciendo notas en un pequeño libro. Nuevos escritos para un nuevo amor o una nueva decepción.
Sentía que debía gritarle que se detuviera, que no era sano para ella continuar aquella costumbre de escribirle a algo que nunca fue ni existió, pero el amor estrujaba a la decepción entre sus brazos y comenzaba a hacerla más y más pequeña. Aunque ella peleara, no había mucho que pudiera hacer. Comenzaba a sentir cómo el amor se apoderaba de ella y la obligaba a desaparecer poco a poco. Lanzó un último vistazo a la pantalla que había en su mente y suspiró esperando no volver a abrazar a la joven que ahora, con tanta esperanza, volvía a escribirle a un amor nuevo y brillante.
—Espero no tener que encontrarme contigo de nuevo… —susurró el amor con el miedo en la garganta hasta que la decepción por fin se esfumó del lugar, dejándolo sujeto a algo nuevamente desconocido; aún si ya lo había atravesado tantas veces en el pasado.
